Debemos decidirnos a –y cómo– estar en común, cómo permitir a nuestra existencia existir. No sólo es cada vez una decisión política, es una decisión a propósito de lo político: si y cómo permitimos a nuestra alteridad existir en conjunto, inscribirse como comunidad e historia. Debemos decidirnos a hacer –a escribir– la historia, lo que quiere decir exponernos a la no-presencia de nuestro presente y a su llegada (en cuanto un “futuro” que no es un presente que sucede, sino la llegada de nuestro presente). La historia finita es esta decisión infinita para con la historia (…) En el tiempo, “hoy” ya es ayer. Mas cada “hoy” es también la ofrenda de la ocasión de espaciar el tiempo y de decidir en qué ya no es el tiempo, sino que nuestro tiempo.
(Nancy, 2000: 130)
La audaz y cruenta reinvención del capitalismo bajo su forma neoliberal no logró derrotar completamente los proyectos revolucionarios ‘chilenos’ del siglo XX. A pesar de esto, existen extensas zonas de la historia presente en las que el golpe de estado de 1973 sigue operando. Una incipiente relación, previa al golpe, entre un hacer académico en formación y unas prácticas políticas vertiginosas fue tan violentamente suprimida que hoy nadie quiere reanudarla, como no sea bajo principios bastante dogmáticos. Y, más allá de tal dogmatismo, el golpe también se ha instalado en la inteligencia radicalizada como un dispositivo de auto-esterilización política. No es solo que al inventar lenguajes resistentes al reduccionismo dogmático, éstos hayan resultado inasibles para las coyunturas de lucha social, sino que, además, se ha afirmado, como garantía de radicalidad en el pensar, un vacío de evaluación respecto de las conexiones con tales luchas. En este dispositivo de auto- esterilización, el agenciamiento de pequeñas referencialidades políticas a través de enunciados universitarios, académicos, o investagativos menores, tiende a pesar mucho menos que un mandato para la deconstrucción ad eternum del archivo supuestamente estructurador de tales enunciados.